Caligrafía del alma

Es sorprendente que hayan pasado tantos años como de golpe. Sin vernos ni saber nada el uno del otro -amigos allá en el tiempo joven y la bifurcación de los caminos, el Destino o la poesía -que también es un destino según el decir de Alejandra Pizarnik- han señalado que nos reencontremos en este recodo mágico de la experiencia humana que es el arte. Porque no hay casualidad cuando el momento justo deviene de una sumatoria sostenida, una situación madura busca resolverse en el camino preparado. Y así como en la vida, rememorando las cosas hechas y algún sueño que quedó en el camino, desde en una copiosa charla, Mario López Núñez desgrana los avatares de su ventura y reafirmo una vez más la certidumbre de que, para el ser humano, la poesía siempre ha resultado un lenitivo que de algún modo reconcilia y acomoda las cargas del espíritu, más allá del goce estético. Es entonces cuando surgen los poemas de "Caligrafía del alma" como un bálsamo. En estos versos de Mario, dulcificar es el verbo en constante germinación y agradecer en ellos es la panacea y mejor corolario de su discurrir poético. Así, el influjo indescifrable de las musas se abre paso en este trabajo literario, y las emociones del poeta van fluyendo en los matices de su caligrafía, para comunicar la configuración y la textura de un alma sensible. Estos versos sin duda alguna se fueron tejiendo con la inefable urdimbre de los sueños y a la vez, transidos de intensa motivación experiencial, logran desempolvar los anaqueles de la memoria y rescatar sus nombres amados, los que de diverso modo dejaron impronta en la arena de su existencia.